Chávez “El Arañero” desata ríos rojos a su paso
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Chávez “El Arañero” desata ríos rojos a su paso
Chávez “El Arañero” desata ríos rojos a su paso
Desde el avión presidencial los ministros evalúan el recorrido. Es “mollejúo”, dicen, tratando de imitar el acento maracucho. Al evaluarlo no quedan dudas. Catorce tarimas dividen el punto de partida del destino final.
El Airbus aterriza, el Presidente-candidato baja las escaleras ataviado de un mono deportivo. Saluda a la comitiva que lo recibe: militares, ministros, diputados y aliados políticos, y de inmediato todos abordan las camionetas dispuestas para llevarlo hasta el lugar donde dará inicio la caravana.
Sin embargo, a la salida de la Base Aérea Rafael Urdaneta, en Maracaibo, a cada borde de la autopista ya le esperan sus seguidores. Llevan pancartas, afiches, vuvuzelas (esas cuyo uso se globalizó tras el mundial de Suráfrica). No saben en cuál camioneta va Hugo Chávez, por eso agitan sus brazos por igual a todas cuando pasan.
Se les ve alegres, ilusionados, motivados. Son mujeres con sus niños en brazos, ancianos, hombres, adolescentes, todos vestidos de rojo.
El bululú a ambos márgenes del camino va ‘in crescendo’ a medida que la hilera de camionetas se acerca a la C-3, hasta que el paso se hace imposible.
Las camionetas estacionan y ya se puede ver desde la van de prensa el camioncito transformado en plataforma ambulante sobre el que Chávez hará el recorrido.
“Ya saben, al abrirse las puertas corren”. La instrucción fue clara. Todos se preparan y toman sus morrales. Mirar el gentío que rodea la comitiva da susto, pero tras el ... “un, dos y tres”, la puerta se abre y la carrera es digna de una medalla olímpica.
Empujones, gritos desesperados, desmayos, mujeres lanzando besos, hombres llorando y una lluvia de mensajes volando por el aire, sirven de preámbulo a la titánica tarea de subir al “camión presidencial”.
Los ministros están bien entrenados. Todos ya están en sus puestos para acompañar al Jefe del Estado. Rafael Ramírez, Jaqueline Faría y Nicolás Maduro van en el segundo camión.
Diosdado Cabello, Jorge Rodríguez, Erika Farías y Arias Cárdenas se montan junto a Chávez, en el primero.
El candidato sube acompañado de su hija María Gabriela y así se inicia el primer tramo.
“Mi comandante, Chávez/ mi Presidente/ yo quiero más”... se escucha por las potentes cornetas, pero aún así es imposible dejar de oír los gritos de la multitud que rodea ambos lados del camión.
“Cháveeeeeeezzzzz te amoooooo”, le gritan desde abajo y el aspirante a la reelección empuña su brazo en alto, sonríe y les lanza un beso, para desatar una locura aún mayor.
A pocos metros, sobre los hombros de un compañero, un joven discapacitado intenta llamar la atención del Mandatario. Al muchacho le falta un brazo y porta un carnet en el pecho que procura desesperadamente que Chávez vea.
El paso del camión no es lento, es lentísimo. La gente no permite avanzar más rápido. A los lados, los osados que tratan de llegar lo más cerca posible son arrollados por la multitud.
En la parte superior se siente el bamboleo de la gente empujando el camión.
Chávez suda profusamente y bromea sin cesar con su hija María Gabriela. A cada nada, los escoltas le pasan pañuelos rojos que luego de secar la frente del candidato, son arrojados al río humano.
Cada pañuelo volando es un premio inestimable para aquellos que, desde abajo, calculan su suerte para atraparlo. Los afortunados que lo consiguen celebran y reciben abrazos de quienes los rodean.
En la plataforma portátil de campaña no paran de “aterrizar” papelitos. Todos son recogidos y colocados en una inmensa bolsa verde militar que a menos de la mitad del camino ya está casi llena.
También lanzan sombreros y regalos variopintos: franelas, jabones artesanales, Cd’s, mensajes de amor. Todos por igual son meticulosamente guardados por los escoltas que difícilmente sueltan una sonrisa. Parecen estresados, pero a leguas se les nota la devoción que sienten por el “comandante”.
Chávez sigue moviéndose de izquierda a derecha en el camión para tratar de saludar a la mayor cantidad de seguidores. Su hija le ayuda. “Papi allá” y le señala a un grupo de señoras de la tercera edad sentadas en el techo de su casa gritando piropos al candidato revolucionario. Ellas no sienten temor alguno de caerse. Parecen temerle más al hecho de no lograr que Chávez las vea. ¡Y cumplieron su misión! Chávez no solo las miró, sino que además, con la mano, les envió un beso; los que ellas le retornaron, los atrapó simbólicamente para luego llevarse la mano al corazón. Aquello fue suficiente para que las audaces doñitas sintieran que había valido el esfuerzo, el calor y el peligro de haberse subido al techo para verlo de cerca.
“Uh, Ah, siempre te voy a amar, Uh, Ah, Chávez no se va”, repite el pegajoso jingle a lo largo de la ruta, Cuatricentenario adentro.
En las pancartas se leen consignas revolucionarias, insultos al “Majunche” (el nombre con el que bautizó en esta ocasión a su su adversario político, Henrique Capriles), y contra el “Imperio”, buenos deseos por su salud, chistes sobre la paliza electoral que aspiran a protagonizar el próximo 7-O, y hasta acusaciones a subalternos y advertencias de malos manejos.
Mientras, desde el fondo de la plataforma, los otros pasajeros están ahogados de calor y casi mudos por el esfuerzo que representa comunicarse en semejantes condiciones.
Apenas una hora antes, a pocos minutos de llegar a Maracaibo, el Presidente, haciendo uso como solo él sabe hacerlo de la historia y para dejar claro cuán importante es para él el Zulia, recordó la última carta de Bolívar a Urdaneta:
“Estaba leyendo la última carta que le escribió Simón Bolívar a ese gran bolivariano, zuliano, marabino: Rafael Urdaneta donde le dice ‘primero es existir que modificar… Siga usted al frente del gobierno general Urdaneta’. Porque Urdaneta estaba al frente del gobierno en Bogotá y él le pedía que volviera, que no lo dejara, que el mayor error de su vida era dejarlo allí al frente de un Gobierno que se tambaleaba, que volviera a salvar al gobierno, a salvar la patria y Bolívar, allí está escrito, 18 de septiembre de 1830, —poco antes de que lo envenenaran, lo digo con todo mi corazón y mi plenitud… No tengo cómo probarlo, pero a Bolívar lo mataron, no fue que murió de tuberculosis— andaba desplegado, rumbo a Cartagena, ¡pero venía para Maracaibo! ¡Bolívar venía a retomar la patria! como le dice allí a Urdaneta: ‘Siga Ud. al frente que usted tiene todas las cualidades para desempeñarse, yo me voy — dijo— a reunir de nuevo por las armas, que es lo más difícil. Nadie podrá acusarme de egoísta”.
“¿Ves?” interroga brevemente y pasa a contestarse: “Ésa fue la última carta a Urdaneta.
Entonces, Bolívar decía que la capital de la Gran Colombia debería estar en algún lugar entre Maracaibo y Río Hacha, fíjate. Porque es una ubicación extraordinaria la que tiene la cuenca del Lago de Maracaibo, el Golfo de Venezuela, la península de la Guajira, la península de Paraguaná, es como un engranaje de ese inmenso territorio entre los Andes y el Caribe, el Atlántico y el Pacífico. Yo tengo ese sueño”.
Del hombre que ha dirigido el destino de este país durante 14 años y que aspira a hacerlo por otros 6 años más, adversarios y afectos podrán decir lo que quieran, pero ninguno podrá desconocer al menos dos cosas: Que la historia de Venezuela la conoce al dedillo y que a la hora de cristalizar un sueño pocas veces se para en obstáculos.
Chávez sigue saludando desde lo alto, y desde abajo, una marea roja, casi uniforme y compacta delira con cada puño en alto, con cada beso, con cada gesto.
Pareciera que todos estuvieran convencidos de que los besos, los saludos, las miradas son para cada uno en particular y no para nadie más.
El ritmo del recorrido no acelera con el paso de las cuadras. El río rojo sobre el que navega pesadamente el “camión-presidencial” no parece tener fin. Por el contrario, en cada esquina se ven recodos escarlata que se conforman con ver a “comandante-Presidente” aunque sea desde lejos.
A “Pancho” —como le dice en tono casi fraternal a Francisco Arias Cárdenas, su antiguo compañero de armas y ahora su candidato a la Gobernación del Zulia— le pregunta “¿Cómo estás? ¿Cómo te sientes?”.
Hasta hace poco menos de dos meses esas preguntas se las hacía toda Venezuela sobre él. Pero la vitalidad con la que se mueve, la apretada agenda que cumple día a día, la energía que imprime a sus discursos, hizo que el tema pasara, de un día a otro, al baúl del olvido.
Se ve bien y así lo hace saber.
Ha pasado casi hora y media y la tarima final del recorrido ya se vislumbra. Ahora comienza una nueva etapa en medio del frenesí colectivo. Ya no hay saludos, besos ni puños en alto, sino un encendido verbo revolucionario, confrontativo, directo, dialéctico, demoledor en muchos sentidos.
Chávez se baja del camión y aparece como nuevo en la megatarima. Los ministro le escoltan y la multitud se emociona.
Toma el micrófono y comienza a cantar y a saltar: “Vive tu vida, trae alegría/ escucha bien lo que te estoy diciendo/ no más barreras/ al sentimiento/ Chávez Corazón del pueblo/”....
Y como ocurrió en Maracaibo, ocurrió también en Barquisimeto, en Aragua, en Anzoátegui, en San Cristóbal, etc... el público se conectó de inmediato con el orador-cantante.
“¡¿Quién es el candidato de la derecha?! ¿Quién es el candidato de AD y de Copei? ¿Quién es el candidato del imperio?” Inquiere a la multitud. Y a cada pregunta éste le responde, en coro y hasta entre risas: “El Majuncheeeeee”.
Chávez sabe cómo hacer una campaña. La haría hasta con los ojos cerrados. La experiencia tras la docena de veces que le ha tocado protagonizar una lo han convertido en el mejor candidato que partido alguno pueda desear y, contrapartida, en el peor oponente para cualquier adversario.
Tiene, además, un don de palabra que debe despertar envidia en las esferas políticas. Pero sobre todo, Chávez sabe cómo hacer llegar su mensaje, es un “docente político” de primera línea. Se puede estar o no de acuerdo con su discurso, pero de que se hace entender, se hace.
Solamente eso puede explicar que luego de más de una década en la escena política, con no pocos escándalos a sus espaldas, miles de horas de exposición en los medios, y la interminable guerra con los grandes sectores económicos del país, el teniente coronel bolivariano, hijo de los hijos de Maisanta, un llanero mitad indio y mitad negro, eximio contador de cuentos y el eterno arañero de Barinas, exhiba los niveles de aprobación popular con los que todavía cuenta.
En la tarima la noche ya se hizo espesa y el calor solo agradece la huida del sol, pero la gente sigue allí, escuchándolo, respondiendo a su cuestionario, aplaudiéndole sus consignas. El río rojo, por ahora, sigue su cauce.
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Fuente: Panorama
7 Septiembre 2012 |
Desde el avión presidencial los ministros evalúan el recorrido. Es “mollejúo”, dicen, tratando de imitar el acento maracucho. Al evaluarlo no quedan dudas. Catorce tarimas dividen el punto de partida del destino final.
El Airbus aterriza, el Presidente-candidato baja las escaleras ataviado de un mono deportivo. Saluda a la comitiva que lo recibe: militares, ministros, diputados y aliados políticos, y de inmediato todos abordan las camionetas dispuestas para llevarlo hasta el lugar donde dará inicio la caravana.
Sin embargo, a la salida de la Base Aérea Rafael Urdaneta, en Maracaibo, a cada borde de la autopista ya le esperan sus seguidores. Llevan pancartas, afiches, vuvuzelas (esas cuyo uso se globalizó tras el mundial de Suráfrica). No saben en cuál camioneta va Hugo Chávez, por eso agitan sus brazos por igual a todas cuando pasan.
Se les ve alegres, ilusionados, motivados. Son mujeres con sus niños en brazos, ancianos, hombres, adolescentes, todos vestidos de rojo.
El bululú a ambos márgenes del camino va ‘in crescendo’ a medida que la hilera de camionetas se acerca a la C-3, hasta que el paso se hace imposible.
Las camionetas estacionan y ya se puede ver desde la van de prensa el camioncito transformado en plataforma ambulante sobre el que Chávez hará el recorrido.
“Ya saben, al abrirse las puertas corren”. La instrucción fue clara. Todos se preparan y toman sus morrales. Mirar el gentío que rodea la comitiva da susto, pero tras el ... “un, dos y tres”, la puerta se abre y la carrera es digna de una medalla olímpica.
Empujones, gritos desesperados, desmayos, mujeres lanzando besos, hombres llorando y una lluvia de mensajes volando por el aire, sirven de preámbulo a la titánica tarea de subir al “camión presidencial”.
Los ministros están bien entrenados. Todos ya están en sus puestos para acompañar al Jefe del Estado. Rafael Ramírez, Jaqueline Faría y Nicolás Maduro van en el segundo camión.
Diosdado Cabello, Jorge Rodríguez, Erika Farías y Arias Cárdenas se montan junto a Chávez, en el primero.
El candidato sube acompañado de su hija María Gabriela y así se inicia el primer tramo.
“Mi comandante, Chávez/ mi Presidente/ yo quiero más”... se escucha por las potentes cornetas, pero aún así es imposible dejar de oír los gritos de la multitud que rodea ambos lados del camión.
“Cháveeeeeeezzzzz te amoooooo”, le gritan desde abajo y el aspirante a la reelección empuña su brazo en alto, sonríe y les lanza un beso, para desatar una locura aún mayor.
A pocos metros, sobre los hombros de un compañero, un joven discapacitado intenta llamar la atención del Mandatario. Al muchacho le falta un brazo y porta un carnet en el pecho que procura desesperadamente que Chávez vea.
El paso del camión no es lento, es lentísimo. La gente no permite avanzar más rápido. A los lados, los osados que tratan de llegar lo más cerca posible son arrollados por la multitud.
En la parte superior se siente el bamboleo de la gente empujando el camión.
Chávez suda profusamente y bromea sin cesar con su hija María Gabriela. A cada nada, los escoltas le pasan pañuelos rojos que luego de secar la frente del candidato, son arrojados al río humano.
Cada pañuelo volando es un premio inestimable para aquellos que, desde abajo, calculan su suerte para atraparlo. Los afortunados que lo consiguen celebran y reciben abrazos de quienes los rodean.
En la plataforma portátil de campaña no paran de “aterrizar” papelitos. Todos son recogidos y colocados en una inmensa bolsa verde militar que a menos de la mitad del camino ya está casi llena.
También lanzan sombreros y regalos variopintos: franelas, jabones artesanales, Cd’s, mensajes de amor. Todos por igual son meticulosamente guardados por los escoltas que difícilmente sueltan una sonrisa. Parecen estresados, pero a leguas se les nota la devoción que sienten por el “comandante”.
Chávez sigue moviéndose de izquierda a derecha en el camión para tratar de saludar a la mayor cantidad de seguidores. Su hija le ayuda. “Papi allá” y le señala a un grupo de señoras de la tercera edad sentadas en el techo de su casa gritando piropos al candidato revolucionario. Ellas no sienten temor alguno de caerse. Parecen temerle más al hecho de no lograr que Chávez las vea. ¡Y cumplieron su misión! Chávez no solo las miró, sino que además, con la mano, les envió un beso; los que ellas le retornaron, los atrapó simbólicamente para luego llevarse la mano al corazón. Aquello fue suficiente para que las audaces doñitas sintieran que había valido el esfuerzo, el calor y el peligro de haberse subido al techo para verlo de cerca.
“Uh, Ah, siempre te voy a amar, Uh, Ah, Chávez no se va”, repite el pegajoso jingle a lo largo de la ruta, Cuatricentenario adentro.
En las pancartas se leen consignas revolucionarias, insultos al “Majunche” (el nombre con el que bautizó en esta ocasión a su su adversario político, Henrique Capriles), y contra el “Imperio”, buenos deseos por su salud, chistes sobre la paliza electoral que aspiran a protagonizar el próximo 7-O, y hasta acusaciones a subalternos y advertencias de malos manejos.
Mientras, desde el fondo de la plataforma, los otros pasajeros están ahogados de calor y casi mudos por el esfuerzo que representa comunicarse en semejantes condiciones.
Apenas una hora antes, a pocos minutos de llegar a Maracaibo, el Presidente, haciendo uso como solo él sabe hacerlo de la historia y para dejar claro cuán importante es para él el Zulia, recordó la última carta de Bolívar a Urdaneta:
“Estaba leyendo la última carta que le escribió Simón Bolívar a ese gran bolivariano, zuliano, marabino: Rafael Urdaneta donde le dice ‘primero es existir que modificar… Siga usted al frente del gobierno general Urdaneta’. Porque Urdaneta estaba al frente del gobierno en Bogotá y él le pedía que volviera, que no lo dejara, que el mayor error de su vida era dejarlo allí al frente de un Gobierno que se tambaleaba, que volviera a salvar al gobierno, a salvar la patria y Bolívar, allí está escrito, 18 de septiembre de 1830, —poco antes de que lo envenenaran, lo digo con todo mi corazón y mi plenitud… No tengo cómo probarlo, pero a Bolívar lo mataron, no fue que murió de tuberculosis— andaba desplegado, rumbo a Cartagena, ¡pero venía para Maracaibo! ¡Bolívar venía a retomar la patria! como le dice allí a Urdaneta: ‘Siga Ud. al frente que usted tiene todas las cualidades para desempeñarse, yo me voy — dijo— a reunir de nuevo por las armas, que es lo más difícil. Nadie podrá acusarme de egoísta”.
“¿Ves?” interroga brevemente y pasa a contestarse: “Ésa fue la última carta a Urdaneta.
Entonces, Bolívar decía que la capital de la Gran Colombia debería estar en algún lugar entre Maracaibo y Río Hacha, fíjate. Porque es una ubicación extraordinaria la que tiene la cuenca del Lago de Maracaibo, el Golfo de Venezuela, la península de la Guajira, la península de Paraguaná, es como un engranaje de ese inmenso territorio entre los Andes y el Caribe, el Atlántico y el Pacífico. Yo tengo ese sueño”.
Del hombre que ha dirigido el destino de este país durante 14 años y que aspira a hacerlo por otros 6 años más, adversarios y afectos podrán decir lo que quieran, pero ninguno podrá desconocer al menos dos cosas: Que la historia de Venezuela la conoce al dedillo y que a la hora de cristalizar un sueño pocas veces se para en obstáculos.
Chávez sigue saludando desde lo alto, y desde abajo, una marea roja, casi uniforme y compacta delira con cada puño en alto, con cada beso, con cada gesto.
Pareciera que todos estuvieran convencidos de que los besos, los saludos, las miradas son para cada uno en particular y no para nadie más.
El ritmo del recorrido no acelera con el paso de las cuadras. El río rojo sobre el que navega pesadamente el “camión-presidencial” no parece tener fin. Por el contrario, en cada esquina se ven recodos escarlata que se conforman con ver a “comandante-Presidente” aunque sea desde lejos.
A “Pancho” —como le dice en tono casi fraternal a Francisco Arias Cárdenas, su antiguo compañero de armas y ahora su candidato a la Gobernación del Zulia— le pregunta “¿Cómo estás? ¿Cómo te sientes?”.
Hasta hace poco menos de dos meses esas preguntas se las hacía toda Venezuela sobre él. Pero la vitalidad con la que se mueve, la apretada agenda que cumple día a día, la energía que imprime a sus discursos, hizo que el tema pasara, de un día a otro, al baúl del olvido.
Se ve bien y así lo hace saber.
Ha pasado casi hora y media y la tarima final del recorrido ya se vislumbra. Ahora comienza una nueva etapa en medio del frenesí colectivo. Ya no hay saludos, besos ni puños en alto, sino un encendido verbo revolucionario, confrontativo, directo, dialéctico, demoledor en muchos sentidos.
Chávez se baja del camión y aparece como nuevo en la megatarima. Los ministro le escoltan y la multitud se emociona.
Toma el micrófono y comienza a cantar y a saltar: “Vive tu vida, trae alegría/ escucha bien lo que te estoy diciendo/ no más barreras/ al sentimiento/ Chávez Corazón del pueblo/”....
Y como ocurrió en Maracaibo, ocurrió también en Barquisimeto, en Aragua, en Anzoátegui, en San Cristóbal, etc... el público se conectó de inmediato con el orador-cantante.
“¡¿Quién es el candidato de la derecha?! ¿Quién es el candidato de AD y de Copei? ¿Quién es el candidato del imperio?” Inquiere a la multitud. Y a cada pregunta éste le responde, en coro y hasta entre risas: “El Majuncheeeeee”.
Chávez sabe cómo hacer una campaña. La haría hasta con los ojos cerrados. La experiencia tras la docena de veces que le ha tocado protagonizar una lo han convertido en el mejor candidato que partido alguno pueda desear y, contrapartida, en el peor oponente para cualquier adversario.
Tiene, además, un don de palabra que debe despertar envidia en las esferas políticas. Pero sobre todo, Chávez sabe cómo hacer llegar su mensaje, es un “docente político” de primera línea. Se puede estar o no de acuerdo con su discurso, pero de que se hace entender, se hace.
Solamente eso puede explicar que luego de más de una década en la escena política, con no pocos escándalos a sus espaldas, miles de horas de exposición en los medios, y la interminable guerra con los grandes sectores económicos del país, el teniente coronel bolivariano, hijo de los hijos de Maisanta, un llanero mitad indio y mitad negro, eximio contador de cuentos y el eterno arañero de Barinas, exhiba los niveles de aprobación popular con los que todavía cuenta.
En la tarima la noche ya se hizo espesa y el calor solo agradece la huida del sol, pero la gente sigue allí, escuchándolo, respondiendo a su cuestionario, aplaudiéndole sus consignas. El río rojo, por ahora, sigue su cauce.
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Fuente: Panorama
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